Todo camino es un viaje
a Gabo Ferro
Hacemos muchas cosas, todo el tiempo
de a montones. De distintas formas, en distinto idioma.
Sin rendirnos a la expiación de las memorias. Mientras,
las voces pesan, el peso ahoga.
Hacemos muchas cosas, todo el tiempo:
con las manos, con las piernas,
con el verbo,
sin la fuerza,
con un agotamiento digno de la muerte,
por deber, por decisión, por culpa,
por descuido.
Decimos el pasto. Lo cortamos. Regamos el veneno.
No entendemos. Nos arrepentimos.
Rogamos la lluvia y negamos la inundación.
Borbotones de ruinas nos desbordan la garganta. Nos convencemos de la sequía.
Nada es suficientemente ideal. Y queremos más de ayer.
Por entusiasmo, aburrimiento o
por desdicha.
Por amor al miedo.
Por miedo a la angustia.
Por la ira contenida en los barrotes de un cuerpo.
Un resoplo permanente nos reafirma la desolación.
Nos vemos tomados por la entraña y vagamos descreídos
del aire que nos infla por dentro.
Apátridas de la propia carne.
Nos convencemos del sacrificio. Y avanzamos arrastrados por el relato
que nos trajo hasta acá:
sórdidos,
desorientados, enfermos.
Llegará el día en que no hagamos nada
y por fuerza de gravedad, todo caiga
como fruto maduro a
nuestros pies.
Y soltemos las manos,
hundamos la frente,
miremos a los ojos del dolor
sin siquiera parpadear.
La cicatriz es una espera sin cronómetro
que hace espacio para que el viento sople,
que una lluvia bañe
y que otro sol renueve.
Y ahí sí, habrá que ponerse de pie, sacudirse las rodillas
contemplar el horizonte y
desear no perderse en el viaje.
Mientras, "se revela el destino".
María Lu
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