EL SÉQUITO
Hago de la frescura mi alojamiento y reposo.
Matsuo Basho
Un lunes de noviembre en la Ciudad de Mendoza
El cuerpo se manifiesta con sensaciones cuando hay una sobrecarga. Y donde aparentemente no pasa nada, suceden las réplicas de otro tiempo. Esa tarde el estómago me pedía calma, espacio. Como cuando una se abre a escuchar porque sabe que recibirá algo para lo que precisa hacer espacio. Es ahí cuando el cuerpo se abre. Entonces, algo "externo" llega y nos atraviesa. Así, sin más. Ningún por qué que sostuviese esa experiencia. Solo viento, brisa o aluvión. Pero algo que ocurre y pasa. Como todo en este plano.
Aun era de día para ser casi las ocho de la noche. En esta época, la luz es abundante de este lado del planeta. Caminaba hacia una clase con un nudo entre el ombligo y la garganta. Y podía sentir cómo ese nudo se ponía rígido al pensarlo. Existe un loop dentro mío que me regresa a un rincón oscuro, de techos bajos y ventanas cerradas. Si hay algo más desolador que no tener ventanas es tenerlas y hacer todo lo posible por clausurar la potencial vida que se despliega al abrirlas de par en par. Esa tarde yo andaba en el loop, a paso lento. Sintiendo la presión en mi centro, el peso en mi espalda, mis manos inquietas. Mientras andaba iba practicando la respiración para sacarme de ahí. Detrás de eso- y de mí- escenas sucedíanse una detrás de la otra. Como si muchos tiempos dialogaran a la vez a través de mis pasos. De mis pesos.
De pronto algo me detuvo. Una fuerza celestial, clara y con las arrugas suficientes para darse cuenta de mis propios pliegues. Cuando levanté la vista del suelo fui directo hacia sus ojos. Se dirigió a mí de inmediato, por lo que procedí a sacarme los auriculares. Sin preámbulos me dijo que quería contarme una historia. La misma se trataba de sus padres y abuelos, quienes a principios de 1800 comenzaron a vivir en estas tierras luego de obtener algunas parcelas. Y que en ese entonces, "eran tierras no más", "no había nada". Me contó que ella nació aquí y que gustaba relatar estas historias. Su vitalidad era tal mientras me hablaba, que combinaba con su camisa celeste cielo con flores naranjas y amarillas. No pasaría desapercibida por ningún sitio. En sus ojos había algo familiar. Algo del amor y del olvido, del dolor y la compasión. El camino se cristalizaba en su pelo blanco y prolijamente cortado al estilo carré. Su expresión era jovial. Me miró a los ojos durante toda la conversación. Sus pupilas latían encendidas de una llama color almendra.
La conclusión de su relato se encausó diciendo algo como "saber de donde venimos". Justo en ese momento, ambas tomamos una profunda respiración. Como si en su soliloquio y en mi escucha algo del orden de lo misterioso se hubiese liberado para siempre. Quizás este encuentro fuere motivado por una fuerza mayor, algo más grande que haya permitido que ella dijese y que yo escuchase. Y puede que eso sea todo.
Me dejé llevar por mi curiosidad y, entonces, le dije:
-Y vos me viste venir y simplemente ¿supiste que tenías que contarme esta historia?
A lo que respondió:
-Sí. A mí me encanta contar historias. En la radio lo hacía siempre.
Redoblé la apuesta y pregunté por su nombre. Me miró y en un mínimo titubeo hizo un gesto de "aquí va otra historia". Por supuesto que me entregué al regalo de ese relato enmarcado. Y lo que siguió terminó de completar el sentido de este tramo del camino:
-Mi madre- me dijo- quería llamarme Gracia del Cielo. Pero no la dejaron registrarme con ese nombre. No se podía en ese momento. Entonces me llamó Gracia Celeste.
-Es tan bello como el nombre original- repliqué. De hecho, se parecen.
-Sí- me respondió con la sonrisa de una niña en el cuerpo de una mujer de unos 80 años.
Ese fue el gesto con el que concluyó este encuentro fortuito y tan volátil como profundo.
Nuestras manos hicieron contacto y en un tímido abrazo nos despedimos. El resto de mi caminata fue como ir hacia adelante y hacia mi centro con mis propias piernas. En ese momento supe que algo se comenzaba a abrir en mí, a hacer espacio. Y que caminar me traería las respuestas precisas.
Jamás caminamos solos. Ni en la literalidad, mucho menos en la metáfora. Las voces de otro tiempo y de otra tierra que ya no es esta, trasladan las replicas de aquello no revelado, silenciado. O simplemente, desconocido. ¿Quiénes habremos sido Gracia Celeste y yo en otro tiempo y en otro lugar? Pero eso lo dejo para otra historia...
María Luján V.A
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